――Érase
una vez, una mujer.
Esta mujer se
preocupaba por todo. Por las personas, por los conflictos, por el mundo… se
preocupaba por absolutamente todo.
Para la mujer, todo lucía pequeño. Para ella, todas las cosas, todas las personas eran niños que requerían su protección.
Sería fácil
someter a un mundo y a unas personas que podían ser destrozadas con un simple
movimiento de brazo.
Sin embargo, la mujer no tenía intención de usar sus brazos para controlar, sino para proteger de cualquier daño.
Y así comenzó la
solitaria lucha de la mujer. El ensayo y error subsiguiente tampoco fue fácil
para la mujer.
Guiar a las personas, juntar a las personas, ayudar a las personas, dar consejos a las personas. Todo eso era demasiado para la mujer sola. Estaba fuera de su alcance. No podía hacer lo que debía hacer.
Por primera
vez, la mujer maldijo su propia incapacidad.
Aunque viera una calamidad, le faltaban manos para ayudar. Aunque estuviera inmersa en una crisis incipiente, ella no podía hacer nada para evitarla. Por esa falta de capacidad.
Ella podía
alcanzar aquello que tenía enfrente, pero no podía cruzar una distancia
imposible. Aunque podía verlo todo, lo que ya había ocurrido no
podía cambiarse. No tenía vida suficiente para lidiar con la calamidad
que ella veía en la lejanía.
Para la mujer, todo lucía pequeño. Para ella, todas las cosas, todas las personas eran niños que requerían su protección.
Sin embargo, la mujer no tenía intención de usar sus brazos para controlar, sino para proteger de cualquier daño.
Guiar a las personas, juntar a las personas, ayudar a las personas, dar consejos a las personas. Todo eso era demasiado para la mujer sola. Estaba fuera de su alcance. No podía hacer lo que debía hacer.
Aunque viera una calamidad, le faltaban manos para ayudar. Aunque estuviera inmersa en una crisis incipiente, ella no podía hacer nada para evitarla. Por esa falta de capacidad.