Su rostro, su cuerpo, sus extremidades, su supuesta piel… estando todo corrompido por esa oscuridad, sangre emergió como lo haría el fango junto con una eterna sensación de incomodidad que se parecía a la sed.
Su piel se volvió rígida y, al tacto, no se sentía como la piel de un humano; para empezar, incluso los dedos que palpaban las costras también estaban cubiertos por costras, y ya no sabía qué forma tenía su propio «ser».